Por Rafael Lara-Martínez
Desde Comala siempre…
A la memoria de Víctor Eguizábal (1952-2021), amigo y arquitecto de ideas...
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Al imaginar a Karl Marx leyendo «La Torah», antes de volverse marxista, se explican múltiples «metáforas teológicas» de su teoría materialista (E. Dussel, 1993). Junto a la crítica del fetiche, la más conocida habla del «pecado original» de la historia como expulsión del paraíso terrenal, la cual el ser humano recibe por su apetito financiero. La interrogante actual consiste en trasponer esa premisa religiosa a Roque Dalton, en su visión del líder nonualca Anastasio Aquino (1792-1833). Lo visualizo absorto hojeando el «Nuevo Testamento» hasta encontrar los axiomas éticos que le dictan el concepto de lucha de clases.
La versión castellana de «La Vulgata», Dalton la coloca junto a otras fuentes primarias que aún se juzgan sometidas a un ideario marxista posterior. Al ceñirse a la imagen de Aquino, este breve comentario señala cómo pasa desapercibido el collage de recitaciones de «Historias prohibidas» (1974), al igual que omiten comentarse las múltiples referencias cristianas de «La ventana en el rostro» (1962). Si para la gesta de Aquino la fuente primaria diferida se intitula «Recuerdos salvadoreños» (1891 y 1919; 1964) de José Antonio Cevallos, para la utopía socialista directamente la nombra la fe católica del joven Dalton. Esta creencia se identifica como marxismo —ortodoxo quizás— ya que el trasfondo bíblico redentor inunda ambas corrientes. Religiosa, la una; científica, la otra, un ideal redentor las conduce hacia el mismo caudal de esperanza revolucionaria. Imagino también cómo la lectura de Macbeth (1623) y la audición de la ópera de G. Verdi (1847) guía la estética marxista. «Patria oprimida…la patria traicionada llorando nos invita, hermanos, a los oprimidos corramos a salvarlos» (Acto IV, escena II).
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En cuanto a «Historias prohibidas», sin sorpresa se anota que de las siete (I-VII) secciones «Sobre Anastasio Aquino, Padre de la Patria (Documentos)», dos (I y VII) provienen de Cevallos, a saber:
I. Cevallos, capítulo XX.VI
II. ¿Libro parroquial, fuente a revelar?, salvo de demostrar que Dalton realiza trabajo historiográfico en Santiago Nonualco. Acaso proviene de Julio Alberto Domínguez Sosa, «Las tribus nonualcas y su caudillo Anastasio Aquino», 1962.
III. Roque Dalton, poema original, en evidencia por el salto temporal conclusivo que vuelca toda lucha política hacia una sola dirección revolucionaria inminente
IV. Pedro Geoffroy Rivas («En torno a Masferrer», 1956) y Jorge Arias Gómez («Anastasio Aquino», 1964), Aquino como «apóstol» de Cristo según la consigna cristiana de Geoffroy Rivas citado por Arias Gómez («Mi Alberto Masferrer», s/f)
V. Salvador Calderón Ramírez, citado en VI y Arias Gómez
VI. Calderón Ramírez («Aquino, Morgan y Patterson», 1955/1974)
VII. Cevallos, capítulo XXI.XVI.
Esta recitación sin cita plantea el problema de reproducir como archivo verídico —testimonio transcrito directamente de Aquino— documentos fechados de sesenta a más de cien años después de su muerte. Explícitamente, el texto historiográfico de Cevallos expone la duda al considerar a Aquino desprovisto de toda capacidad intelectual —sin lengua materna ni coloquial— pero dotado de la aptitud de emplear un castellano formal de corte administrativo. La poética no evalúa críticamente esa fuente primaria en su disparidad temporal (1833-1891), distancia espacial (Santiago Nonualco-San Vicente) y jerarquía social (indígena-ladino). En cambio, su quehacer semeja la tarea rulfeana hacia la búsqueda del «Padre» difunto, fundador de «la Patria». Aquino le encomienda a Dalton transcribir un testamento sin testimonio. Por este acto de canonización, Dalton no interroga cómo el discurso indígena —llamado «superstición (estar de sobra)» en Cevallos— hoy califica de mito-poética o de filosofía (sabiduría del amigo), en un triple ejemplo simplificado: Luna-Marea-Menstruación, nahualismo, cuevas. La evaluación analítica del archivo, el escritor la delega a las generaciones posteriores ya que, por tradición, el canon literario monolingüe excluye las lenguas indígenas de su esfera. Queda por resolver si en el siglo XXI la descolonización presupone excluir la visión del colonizado.
«La cueva del Indio Aquino…ubicada en el Casería del Carmen Santa Cruz Loma» («Cuna de Anastasio Aquino» por Turismo, 2013, y «La cueva de Anastasio Aquino» por David León, 2012).
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Dalton le dedica «a Jorge Arias Gómez» los «Cantos a Anastasio Aquino» («La ventana en el rostro», 1961: 75-87), cuya restitución poética eleva al líder nonualca a símbolo crístico en el combate contra la injusticia. Durante esa época de efervescencia comprometida, la búsqueda del «Padre» ancestral de la lucha de clases la prosigue también el arte dramático con las obras «Anastasio rey» (1970) de Napoleón Rodríguez Ruiz y «La balada del indio Aquino» (1978) de Matilde Elena López. En esa consciencia política, el sino sacrificial de Aquino adquiere un valor esencial. El «Padre» fundador es un mártir quien calca la Imago Christi al ofrendar su «sangre» por los oprimidos: «bienaventurados los pobres». Sólo ese martirio y sacrificio en el combate lo califican como emblema marxista en la literatura de El Salvador, durante esa mitad del siglo XX. La ópera de Verdi sigue resonando en el trasfondo. «Ah, la mano paterna (de Aquino), (sin ella) no hay escudos, queridos, contra el pérfido sicario, que a muerte os lastimará» (Acto IV, escena I).
Por el atributo religioso, de su «gran martirio…tus rosas renacieron» (84). Con igual evidencia que la «pausa» nerudiana, la flor (Anthos, Xóchitl, Xúchit) nombra «las muertes vivas» de todos los «caídos» en combate contra las dictaduras. La escritura poética arraiga su vocación histórica en los Muertos que resucitan en letras durante el réquiem o misa de difuntos. Como eterno retorno de la mística guerrillera, la revolución actualiza a Aquino «en la esperanza como una hostia» fértil luego de la siembra del cadáver martirizado. Ese cuerpo (re)viviente convoca la «plegaria» a «encarn(ar) en nosotros tu figura antigua» (86-87), luego de la comunión. El poema a Aquino exhibe una eucaristía palpitante que se eleva antes de concluir la letanía. El «gran mañana» lo anticipa el ayer, «que (ojalá) aparezca de nuevo» tal cual lo vaticina la segunda venida del Salvador.
Las referencias católicas del Dalton marxista se extienden a lo largo del poemario, cuya apertura o «ventana» materialista la edifica la fe religiosa (véase resumen temático al final). Si sus propios «pasos», el poeta los «encuentra…crucificados en la mayoría de los árboles» («Días»), este hallazgo lo motiva el ideal de «meterse en política…guiado por el profesor de Religión» («…….»). Gracias a esa tutela espiritual, el joven poeta se identifica con los pobres en quienes percibe «la miseria clavando la cristiana bandera» («Mientras tanto»). Aquino cumple ese mismo requisito de inaugurar el «martirologio» revolucionario de la patria («Cuando cantarte, patria…»). «El gran martirio» lo santifica («Anastasio Aquino, tu vida…»).
De juzgar este enfoque de marxismo —materialismo histórico y dialéctico— las alusiones al sacrificio de Cristo en la Cruz son tan numerosas que vuelcan la materia en sí hacia la historia religiosa de El Salvador. La fe católica en la redención del pueblo recubre el compromiso político del autor. Sólo si sus poemas siguen encerrados en «la quinta bartolina», la crítica actual reitera «ya ni me acuerdo de acordarme» que Dalton identifica el cristianismo y el marxismo en la utopía de la salvación popular («Coro menor de la quinta bartolina»). Desde ese primer poemario, el autor sabe con certeza que «el sacrificio que transcurro» en la cárcel vaticina su destino de muerte y consagración posterior («Dos condenados»).
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La lectura juzgará en qué medida la intuición poética precede la teología de la liberación. El formato y el ritmo nerudianos componen un torrente fluvial. El carácter migratorio del verso libre enlaza el equilibrio formal del «X-sílabo» a la temática de la Muerte y la Resurrección. Se trata de la Re-volución en retorno sinódico del legado paterno. El testamento de Aquino estipula que, desde los «orígenes», la «muerte» equivale a la «tierra» sembrada. En poema florido (Anthos), su canto renace bajo la «unidad del mundo proletario». El apellido y nombre de Aquino no describen a un personaje histórico. En cambio, designan una visión de la vida como «dolor» o vía crucis que la «esperanza» de «sublevación» marxista llevará en flujo acuático nerudiano hacia su destino socialista redentor. La «lucha» la guían figuras míticas mexicas como Tláloc y el presunto «príncipe a la sazón reinante, cuando vino Alvarado» (Barberena, 171).
Aquino conserva la misma memoria histórica que la generación comprometida hacia mediados del siglo XX. Por ello, la «palabra» nonualca emigra como Dalton en sus viajes. Sólo la boda del «odio» —llamada «Academia de la Historia»— «condecora» a los «verdugos»; reprueba a las víctimas. No reconoce que la «herida» sangrienta equivale al «surco» de donde retoña el verde de la esperanza: la hoja, fronda y folio a la vez. De esa misma llaga terrenal, brota la flor (Anthos) de la poesía comprometida. Según el ciclo revolucionario de las estaciones, del «sacrificio» y del «martirio» renace la vida como un destino en calvario hacia el «camino», la «verdad» y la «vida». La Verdad no transcribe los hechos caducos, sino la realidad de la esperanza viviente. Si la historia refiere el hecho objetivo del pretérito —según fuentes tardías dudosas (Cevallos, Calderón Ramírez, etc.)— la poética roqueana despliega la subjetividad del presente en su anhelo de cambio radical. El pasado lo entiende como la presencia de un proyecto político porvenir. Que esa certeza socialista se juzgue «el futuro de una ilusión» revolucionaria, o la consumación científica del marxismo, no hace variar el sustento religioso de las premisas. No en vano, «el gran martirio» de Aquino florece periódicamente en la figura política de quienes combaten las dictaduras. Resucita para señalar el «camino» y el «destino» de la renovación social.
En reiteración de cantata, si la esperanza dicta el concepto de verdad, es porque al «Padre» lo reencarnan sus hijos gracias a la «hostia feraz». Todo feligrés revolucionario comulga de continuo, para que el cuerpo de Aquino realice una nueva aparición. En la creencia cristiana, el pasado no pasa, sino su actualidad profetiza el futuro gracias a la «plegaria». Como lector y asistente a esta liturgia, en motete, la recitación misma del poema suscribe esa oración. A diario, insisto, renueva su fe en la imagen que le señala el «camino», la «verdad» y la «vida» de la revolución socialista en promesa mesiánica. «Después del gran martirio» —la crucifixión— acontece «tu gran mañana», la resurrección.
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Cantos a Anastasio Aquino
—Formato y ritmo nerudianos
Orígenes (I)
—Muerte, retorno a la Tierra
—Aquino, apellido y nombre de la lucha
—Rosa (Anthos) liberada
—Esperanza de unidad del mundo proletario
Dolor antiguo (II)
— Visión de la vida como dolor
Contra el dolor antiguo (III)
—Dolor, corazón del indio
—Esperanza, sublevación
Pausa para el machete (IV)
—Rayo, río, flujo nerudiano
Anastasio Aquino, tu lucha (V)
—Lucha, Tláloc mexica y Atonal
—Padre del surco, es decir, de la siembra y de la flor (Anthos)
—Palabra migratoria
—Boda cuervo-león, odio
—Academia de la Historia, condecorar a verdugos
Anastasio Aquino, tu muerte (VI)
—Sacrificio de los días
—Tierra y tiempo
Anastasio Aquino, tu vida (VII)
—Martirio
—Rosas (Anthos), renacimiento
—Resurrección, mártires contra las dictaduras
—Camino, destino
Invocación (VIII)
—Verdad, esperanza
—Padre
—Hostia feraz
—Encarnar tu figura
—Nueva aparición
—Pasado = Futuro
—Plegaria
—Camino
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Este breve ensayo amplía una nota a mitad de página del escrito «Milagro y revolución. Aquino según Cevallos», el cual evalúa esa fuente tardía citada sin cese para reconstruir hechos distantes en el espacio, en el tiempo y en la jerarquía social. Según «la persistencia» del olvido, por descolonización se entiende eliminar la visión del vencido por su carácter supersticioso, ya que la filosofía sólo existe en Europa.
(*) El autor es Professor Emeritus, New Mexico Tech / rafael.laramartinez@nmt.edu