Por Mauricio Rodríguez / Sociólogo y docente
En 1962 se publicó el libro de Roque Dalton «El turno del ofendido», hace ya 60 años. Por la naturaleza de la visión político-ideológica y por ser un poeta revolucionario de dicha época, sufrir persecución política, y por lo mismo vivir en la clandestinidad y en el exilio como un extranjero en su propio país, son elementos que nos permiten entender su obra literaria. El legado cultural al mundo de las letras convierte a Roque Dalton en la máxima expresión literaria salvadoreña, latinoamericana y reconocida a escala mundial. Como ya lo decía en otro foro, en el fútbol, los salvadoreños nos enorgullecemos de ser hermanos patrios de Jorge «Mágico» González, de tener un santo como Óscar Arnulfo Romero; en la política contemporánea, de tener al presidente Bukele al frente de un Gobierno con una visión diferente para cambiar la idea y el concepto de país, y en las letras, a Roque Dalton.
«El turno del ofendido», tratando de respetar el contenido de la obra de Dalton, nos permite establecer un marco comparativo, para lo que conviene establecer una pequeña base histórica. En una plática con amigos de mi generación, hacíamos remembranzas de cómo se vivía en aquellos tiempos de los años setenta, cuando éramos niños; en los ochenta, adolescentes, y en los noventa, jóvenes formando familias. Concluimos que eran tiempos complicados, pero libres en alguna medida, pues hasta para ir a la tienda del barrio o de la colonia se entraba sin mayor problema y no como ahora que más parecen fortalezas. Otro elemento es que, a pesar de que nuestra adolescencia se cargó con el fenómeno del conflicto armado, con los peligros de ser reclutados por uno u otro bando, o que si uno le caía mal a otra persona fácilmente lo denunciaban con los escuadrones de la muerte y lo desaparecían, lo torturaban o simplemente lo asesinaban. Esos eran los peligros de los años ochenta. Llegando a los noventa se firmó un documento al que le denominaron coloquialmente «La firma de los acuerdos de paz». Este ya fue derogado por la nueva Asamblea Legislativa, pues no se puede seguir rindiendo culto a un acto político que pactaron las cúpulas del partido ARENA y sus corporaciones empresariales y del FMLN. Hago la aclaración, pues el acuerdo fue de cúpulas que dejaron tirados en la calle a sus militantes históricos, quienes ahora, en calidad de veteranos, demandan una deuda histórica del Estado hacia ellos y sus grupos familiares.
En este contexto, surge el fenómeno de las pandillas, que se convierte en una mutación social de la violencia generada y heredada de dicho proceso; se debe aclarar, además, que las pandillas nacen en Estados Unidos y en un primer momento nos llegan los primeros deportados por pertenecer a grupos de consumo y tráfico de drogas en la nación del Norte. Esos primeros deportados son los que inician en nuestro país la organización pandilleril con esa visión, la visión de los marihuaneros, como se les conoció por el consumo de esa droga.
Pero todo fenómeno no atendido trasciende, y recordemos que en los ochenta la madera de los periódicos hacía referencia a los acontecimientos del conflicto armado. Es en los años noventa cuando dicho fenómeno toma relevancia y los partidos políticos, principalmente ARENA y el FMLN, no tuvieron la iniciativa de dar tratamiento preventivo al fenómeno, más bien con la firma de la paz entre las cúpulas —a las que ya hice referencia— entraron en una dinámica, que a nivel conceptual nunca compartí: el proceso de humanización del conflicto, que solo causó que se ablandaran los marcos jurídicos. Entre tantos solo haré alusión a la Ley de la Carrera Docente, con la que prácticamente se le quitaron las facultades al docente para inculcar valores y disciplina, y no me refiero a que se llegue a la época de los golpes y de los castigos denigrantes para el alumno, más bien, le trasladan atribuciones al padre de familia para denunciar a un docente casi por cualquier cosa. Es allí donde el sistema educativo sufre un declive y los señores mayores manifiestan que la educación de antes era mejor que la de ahora. Es muy probable que tengan razón, pues uno de los pilares de la educación de esa época era la del respeto hacia el educador.
Cuando hacemos referencia al turno del ofendido, nos paramos, nos detenemos y observamos el camino que nos trazaron los gobiernos anteriores con un resultado nada satisfactorio, ya que le hicieron creer a la gente que el antagonismo entre izquierdas y derechas era de verdad político-ideológico; lo que ahora conocemos como el engaño del siglo, pues lo que en verdad disputaban era un mercado electoral para seguir lactando del Estado sin importar el bienestar de los demás. Si esta aseveración no es cierta, están invitados los miembros de las cúpulas hermanas entre sí (ARENA y el FMLN) a desmentirla públicamente, y como decimos en buen salvadoreño: lo que está a la vista no necesita anteojos.
Casi como una profecía publicada hace ya 60 años, es en 2009 que El Salvador experimenta una ruptura histórica al devolver el poder político al pueblo encabezado por Nayib Bukele, que luego de cientos de tropiezos impuestos por los ahora perdedores, llega a feliz término para reivindicar a nuestro pueblo. Aquí adquiere vida el turno del ofendido, cuando se comienza a pedir cuentas de los dineros y bienes del pueblo saqueados por décadas, donde se involucra principalmente a ARENA y al FMLN, los mismos firmantes de la paz para las cúpulas, los que se repartieron los territorios y permitieron que fenómenos sociales heredados por ellos, como el de las pandillas, no fuesen tratados de manera preventiva, lo cual hubiese sido lo mejor, pero no fue así. Para ellos las pandillas solo significaron cifras, números, es decir, sus clientes políticos nada más.
El turno del ofendido es ahora cuando se piden cuentas de lo robado al pueblo y que lo devuelvan, es ahora cuando se obliga a que medios de comunicación escrita deben pagar los impuestos como toda empresa, es ahora cuando se pone en primer lugar a la persona por medio de actos de justicia financiera para evitar abusos de los productos financieros, es ahora cuando se le devuelve a la población la libertad ambulatoria, pues debido al mecanismo determinado por el régimen de excepción, se llega al grado de reprimir el delito haciendo uso de la Fuerza Armada y la Policía, es cuando la población agradece y aprueba hasta con un 92 % las acciones del actual Gobierno.
Nayib Bukele, como presidente salvadoreño, encarna 60 años después la obra de Roque Dalton, al generar una serie de acciones políticas tendientes a devolver al pueblo salvadoreño la paz, la tranquilidad y, sobre todo, lo robado de las arcas del Estado. Nótese que de no haber tenido gobiernos tan corruptos, a estas alturas El Salvador estaría en otra etapa del desarrollo y yo no tendría que escribir que ha llegado el turno del ofendido, ni los ofendidos, es decir, el pueblo, que no estaría —por medio de sus representantes, Gobierno y Asamblea Legislativa— exigiendo lo que le robaron: la paz, la tranquilidad, la libertad, la seguridad y los bienes pecuniarios estatales.
Sé que la analogía no será del agrado de aquellos que solo utilizaron la imagen de Roque Dalton como un simbolismo de su desnutrida y obsoleta ideología.
Tomado de Diario El Salvador