Por Danilo Colindres
Al poeta se le realizó un juicio en el que fue hallado culpable por una organización político-militar que participó en la guerra contra la dictadura de El Salvador. ¿Fue entonces un asesinato, un homicidio, o qué?
En primer lugar debemos conocer de qué fue encontrado culpable y si los jueces que lo juzgaron lo hicieron a través de un juicio con oportunidad de defenderse del acusado. Todo indica que se defendió y perdió su juicio. Sin embargo: ¿qué pruebas se presentaron? Y los que lo juzgaron: ¿qué competencias jurídicas o profesionales tenían para ejercer de jueces en el proceso? ¿Qué les permitió a estos “jueces” valorar las pruebas? ¿Qué oportunidad tuvo Roque de presentar su caso con otras pruebas? ¿Quiénes fueron los que la hicieron de jueces? ¿Existían estatutos del ERP que contemplaran como proceder en casos como el de Roque? ¿Qué podemos saber de todo esto?
Digamos, como hipótesis inicial, que todo se llevó a cabo con cierta mínima legalidad y legitimidad de una organización subversiva y dentro de los límites de la época y de las circunstancias. Entonces estamos hablando de un crimen por equivocación: se le imputaron faltas graves y sus jueces lo sentenciaron a muerte no de mala fe sino porque que el castigo correspondía a las faltas (de acuerdo a unos estatutos conocidos por todos) o que su indisciplina a repetición inducían a pensar que Roque era incorregible y ponía en riesgo de muerte a todas las personas miembros de la organización. También se podría conjeturar que el clima de clandestinidad precipitó el juicio restándole importancia a la calidad de las pruebas, y limitando la defensa casi exclusivamente al poder de persuasión del mismo Roque que fracasó en su intento de salvarse.
¿En qué se equivocaron entonces sus jueces? No fueron suficientemente flexibles por un lado, sobrestimaron el peligro que representaban las faltas del poeta o no soportaron el dominio abrumador que ejerció el poeta en su defensa. ¿Si podía persuadirlos tan fácilmente a ellos como no convencería a sus subalternos “menos preparados” si llegase a dirigirles la palabra?
Esta versión, sin embargo, no es compatible con la razón que dieron sus jueces, los dirigentes del ERP, de su sentencia y ejecución: lo acusaron de ser colaborador, espía de
Si se había decidido “eliminarlo” ¿Por qué no inventar una justificación que si bien provocaría la separación –para entonces inminente- de unos cuantos lideres (Ferman Cienfuegos, Lil Milagro Ramírez), convocaba poderosamente a sus cuadros seguidores (los de choque, los imprescindibles) a unirse aun más por la sangre derramada de un traidor desconocido?
Se había decidido eliminarlo por peligroso y se aprovechó la coyuntura para acusarlo de una falta grave imperdonable: ser enemigo activo y entrenado de
En otras palabras, el objetivo de la justificación pública de la ejecución del poeta no era únicamente para cohesionarse. En realidad era la única que justificaba su muerte sin lugar a dudas. Y como todos sabemos: una justificación infundada. A la voluntad de matar se le buscó y adecuó la mejor justificación porque nunca existió una verdadera justificación.
En conclusión: el crimen contra Roque Dalton no fue un crimen de equivocaciones sino un crimen por intolerancia, muy parecido al crimen cometido contra Sócrates, acusado en su tiempo de corromper la juventud ateniense.
Agreguemos a la discusión lo que conocemos de la coyuntura de ese momento: la organización político militar estaba en crisis y se vislumbraba la escisión que terminaría con la unidad. Roque simpatizaba y propugnaba por un nuevo enfoque político militar que suponía una amenaza para los dirigentes de ese momento, que actuaron de jueces contra el poeta, cuando en realidad eran partes.
La sociedad ateniense condenó a Sócrates. Una organización político-militar condenó a Roque Dalton. Los dos condenados fueron vistos como amenazas a sus organizaciones. ¿Qué perdían los atenienses o los del ERP con dejar libres a sus acusados? A Sócrates se le pudo prohibir de pregonar sus enseñanzas “malévolas.” ¿Y a Roque? Que siguiera su camino por otro lado, con otra organización. Pero no: si no estaba con ellos era un traidor, enemigo de
¿Cómo enjuiciar a los intolerantes –buenas y dóciles gentes por lo demás- que a la menor oportunidad dirigen furibundos el dedo acusador contra aquellos que se diferencian de ellos, aquellos a quienes no comprenden, aquellos que se atreven a ser distintos siendo incapaces de ser como “todos”, aquellos que al fin y al cabo impiden que las sociedades u organizaciones se estanquen, aquellos cuya visión y, por tanto valores, y energía o voracidad evolutiva ponen en entredicho las costumbres e ideas dominantes en una sociedad que entroniza a la mayoría por sobre las minorías, la sociedad, la organización sobre el valor irreducible de la persona?