Los Roque Dalton Interminable (I, II y III)

Por Manlio Argueta*

El escritor salvadoreño Manlio Argueta valora la obra daltoniana.

I

SAN SALVADOR – Creo que todos los salvadoreños que lo conocemos debemos estar de acuerdo: se debe recordar a Roque Dalton leyéndolo, estudiándolo. La poesía no está hecha solo de palabras, y sin embargo el uso de la palabra es lo que hace encontrar la veta de oro de sus poemas que son pensamiento e ideas nuevas cada vez que se lee un poema de Dalton. Leerlo es el mejor honor que podemos otorgarle. Pocos lo hacemos aunque sea una vez al año. Pero el poeta necesita algo más, se debe analizar y buscar todo lo que brilla en sus palabras porque es una manera de enriquecernos, ética, estética y espiritualmente. Quienes más lo conocimos quizás podríamos
escribir sobre su literatura, pero tampoco es una obligación.

Necesitamos nuevas actitudes en la educación superior para desde ahí  llenar  los vacíos críticos que hay en nuestro país sobre un  poeta y escritor  que tanto se comentado y dizque que se le admira. Y eso está bien, se convierte en  uno de los pocos mitos que sobrepasará este siglo que apenas comienza. La obligación es de tipo intelectual, de fortalecimiento humanístico, que solo la cátedra universitaria puede solventarlo.

Sí, dicho con todo respeto, olvidemos el  honoris causa que se le quiere otorgar en  la Universidad nacional. Que se emprenda otro tipo de iniciativas para el  poeta que todos quisiéramos estuviera entre nosotros para oírle su voz, para palparlo, para rendirle honor  en vida que ya no tiene. No debemos caer  en prisas innecesarias cuando la obligación es buscar excelencia de resoluciones. Me pregunto: ¿Sirve de algo un  título de doctor  a un muerto? Creo que no. Se le elevaría más si  se reproduce su obra. Criticarle y sistematizar su estudio. Necesitamos ya la Cátedra Roque Dalton, con urgencia. No nos durmamos sobre los laureles que cada día se marchitan  después de casi  quince años de terminado el  conflicto.

Sobran quienes quieran  estudiarlo, pero no lo hacen porque no se les da la oportunidad. Y son  pocos los que quisieran ver  una estatua o un  diploma. Pero son  muchos, y si  también  fueran pocos, no importa, ellos van  a multiplicar  el  pensamiento que hay en  cada uno de los versos de Dalton a quien se le quiere y estima desde lejos, como si  se temiese contaminarse con sus rebeldías desenfadadas, con su palabra, y lo peor, con sus ideas. El  temor es explicable pero podemos vencerlo si  se le trata académicamente como una veta de formación  poética y filosófica en la cátedra universitaria.

Quienes lo leemos, y más si  somos del  mismo campo literario, sabemos que es difícil  concentrarse en sus mejores poemas, por ser  poesía de ideas y porque su  obra es profusa o porque tendemos a ver solo el  impacto político. Es más fácil  que nos llame la atención Poema de Amor  o el  Viejuemierda, no tanto por  lo que encontramos en  ellos sino porque son dos poemas que se promueven ellos solos.


Pero dejamos de lado los cientos de poemas donde encontramos ideas y pensamiento de fuerza presente y futura, una de las características de los poemas de Dalton, quien  escribió para mañana y para hoy. Por  tal  motivo su poesía es interminable en  el  tiempo, e inagotable para su estudio.

Recuerdo que cuando departíamos en  una mesa de bar o en  su  casa, la famosa tienda La Royal  ahí en  San Miguelito, (cuyo rótulo después de cincuenta años se niega a desaparecer), le preguntábamos: “Poeta, ¿de dónde sacás tiempo para leer  y escribir tanto”. Porque además tenía un trabajo para ganarse la vida con su grupo familiar, se casó muy joven cuando estaba en segundo año de Derecho; además de su activismo cultural  social  y político, el  llamado compromiso que no debemos verlo como peyorativo. Parafraseemos a Rubén Darío: ¿Quién  que no es no tiene compromisos? El  que se sienta libre de pecados que tire la primera piedra y le caerá en  la cabeza. Además Dalton  tenía afán de vivir  y gozar la vida, y eso lo hacía junto a otros poetas.

La respuesta a la primera pregunta sobre de dónde sacaba tiempo, era una sonrisa o una broma de
buen  gusto, o una frase irónica sobre las energías que producía la bohemia acompañada de filosofía e ideas de la calle para transformar  el  mundo. En  una época de recién  clausurada adolescencia, cuando creíamos que la palabra podía producir  cambios en  la realidad. Y claro que los produce pero no como lo pensábamos de manera utópica cuando teníamos veinte años.

Los cambios los producen los políticos. Los intelectuales, los poetas, los profesionales del  humanismo solo incidimos, o soñamos con incidir. Esta es la utopía actual: soñar  con incidir  en los cambios.

Recuerdo uno de sus consejos, en los tiempos que nos iniciábamos y discutíamos sobre la mejor manera de escribir  poemas y donde por  supuesto teníamos intención de arrinconar a Dalton, no para vencerlo sino para convencerlo. A un hermano se le convence no se le vence. Esa era nuestra relación  de hermanos de poesía e ideas. Roque se defendía: “El  poema debe decir  cosas”. Así, dicho con palabras sencilla: “Decir  cosas”. Decir  lo qué quiero decir es tan importante cómo la forma en que voy a decirlo. Tenía razón, pero la clave estaba en  encontrar el  equilibrio, lo cual  no era fácil, llevar  al  poema elementos que tradicionalmente eran y siguen siendo “ajenas” a la poesía.

Es la gran contribución de Dalton a la poesía latinoamericana, lo que lo vuelve interminable y diferente: la poesía no tiene límites para hacerla florecer  en las palabras que nos da el  idioma, en todas las palabra y buscarles el  ritmo y acentuación  poética. Fue lo que hizo Rubén Darío para renovar  la poesía española.

Entre las discusiones que teníamos con Dalton, hablo también de Roberto Armijo. Armijo se acercó a los clásicos, se regodeaba más en la forma perfecta, razón  la cual  no plantea renovaciones en  su poética. Respecto a mi  caso, estuve más influenciado por la poesía de Oswaldo Escobar  Velado, un poema inclinado más a una lírica metafórica y social. De esa manera, la poesía daltoniana nos pareció fuera de serie, aunque no llegáramos a compartir su estética de “decir cosas”. Quizás por eso opté por la novela, para decir  cosas que Dalton  sí  pudo decirlas en sus poemas.

Esta proyección  de su poética sigue siendo una realidad que la “gran” crítica latinoamericana se niega a aceptar. Por eso motivo se hace urgente y es obligación formar a los lingüistas y filólogos y académicos de la literatura, hacer  “nuestra” crítica desde la región  centroamericana, ir  al  toro por  los cuernos de esa fierecilla indomable que son las ideas rebeldes y reveladoras de nuestro poeta asesinado.

Ir al  mundo con nuestro pensamiento, así  como nuestra gente se ha ido con  su  mano de obra. ¿Por qué son  otros los que deben  traernos sus ideas si  podemos producirlas nosotros dentro de nuestro sistema educativo?

Ir al  mundo sería la gran contribución de la Universidad, y una manera de cumplir con su deber social  y profesional. Hay dos que lo hacen ya con bastante propiedad y tenacidad: Rafael  Lara Martínez  y Luis Melgar  Brizuela aunque a veces la emoción de los hallazgos, o el  peso del  mito Dalton, incide en ciertas aseveraciones no necesariamente de fondo. Pero ambos han hecho una labor  meritoria, excepcional, han sido el  fósforo que dice Dalton, en  su  poema Erasmo de Rótterdam: “Una cajetilla de fósforos en  la época de las cavernas”.

 

Supongo que las universidades no han logrado ver  esa necesidad de ubicar  la literatura nacional  en el  lugar que se merecen. Y eso porque hemos tenido una historia de conflictos tan dramáticos que preferimos alejarnos del  fondo del  problema humano y social. Después de casi  quince años de terminado el  enfrentamiento bélico ya deberíamos subir  otros escalones en la educación superior.

Aun no está en las agendas estudiar  las obras de nuestros autores (pienso en Masferrer, Claudia Lars, Gavidia, Salarrué). Comenzar  por  la Cátedra Roque Dalton, y hacerlo con seriedad académica, no como juego político ni  como relleno de promociones políticas. Sé que esa es la intención, ir  a fondo, ofrecerlo a profesionales especializados. En el  caso obligado de la Universidad de El  Salvador, debe ser  la Escuela de Letras, las unidades de postgrado y los profesionales de experiencia que en otros país han obtenido sus grados académicos. Para una Universidad resulta una tarea sencilla, y con ello abre sus puertas al  mundo de América Latina, como se lo abrió Dalton desde hace más de cuarenta años, desde mucho antes de su militancia guerrillera. Como lo hacen  los trabajadores salvadoreños atravesando mares y desiertos de muerte.

Esta será la manera de sacar la caja de fósforos que menciona Dalton  en su poema a Erasmo de Roterdam, ý comenzar  así  a salir  del  foso de los prejuicios ideológicos. “Si  no está en mi  honda, nada con él”. Para que el  prejuicio no elimine la idea y el  pensamiento, lo que enriquecerá los nuevos tiempos y la sostenibilidad de nuestras sociedades, ahí  está nuestro máximo centro de estudios, tienen el  gran reto para emprenderlo desde ya.

Entre otros críticos también debo mencionar  a Luis Alvarenga quien  escribió el  prólogo al  segundo tomo de la poesía completa que con  el  título de “No pronuncies mi  Nombre”, que publica el Departamento de Publicaciones e Impresos de CONCULTURA, El  Salvador; no obstante que el  prólogo de Alvarenga es corto, como tenía que ser, plantea rutas valiosas manifiestadas en frases breves que pueden  iluminar  para ir a fondo al  estudio de la obra daltoniana. “Las palabras tienen  algo más: una fuerza vital: la vida se expresa por ellas”, dice Luis Alvarenga.

En  este volumen  da sus primeros pasos en firme hacia la crítica el joven poeta Pablo Benítez  quien hizo la selección y estuvo a cargo de la edición. Las nuevas generaciones representan la esperanza para un reconocimiento de los valores humanísticos, conceptos que aun suenan  a malas palabras.

También  hay otros comentarios y análisis breves importantes para la valoración de Roque Dalton, aunque no formen parte de un corpus crítico, se suman a atraer  la atención sobre su  literatura. Se ha comenzado y no se debe parar.

II 

SAN SALVADOR – Recuerdo cuando departíamos con Roque Dalton y Armijo en una mesa del  Bar Lutecia, ahora hay una de esas catedrales del  mundo moderno, el  Banco de América Central. O en el  café Izalco, cerca del  parquecito San  José, en  ese temible Centro Histórico, por ser  las diez manzanas más violentas de San Salvador, y si  El  Salvador  es uno de los países más violentos de América Latina, significa que esas diez  manzanas que frecuento todos los días, son  las más violentas… no sigo para evitar  paranoias. En  todo caso, esas diez  manzanas es donde el  fantasma de San  Salvador  vive, aunque sea apegado a la violencia, la pobreza y la muerte. Es donde se da la pequeña circulación de la sangre, la que lleva el  oxígeno a todo el  cuerpo, es lo que se llamaba el alma, el  soplo vital, por  cuyo descubrimiento quemaron  a Miguel  Servet.

También nos reuníamos en la famosa tienda La Royal, la sección  destinada a casa del  grupo familiar
de Dalton, cuyo rótulo después de cincuenta años se niega a desaparecer, (si  pasan por  la Segunda Avenida Norte hacia Mejicanos, verán  aun el  rótulo de la pequeña tienda de doña María, madre de Roque). Otro lugar  favorito de reunión era La Ensenada, Colonia Mugdan, a dos cuadras de La Royal, ambos en  el  barrio San  Miguelito.

En todos los caso, independientemente que fuera alrededor  de una taza de café o de un vaso de cerveza, la conversación era sobre poesía y literatura. Personalmente, era una de las razones para reunirme en  esos lugares, departir con Dalton, con Oswaldo Escobar  Velado, con  Geoffroy Rivas, aunque con este menos, porque los jóvenes comenzábamos a cuestionar la “poesía política pura” que es el  otro rostro de la que criticábamos: la “poesía pura”.

Por algo, Armijo, el  maestro de la escuela clásica, tenía fuertes discusiones con Geoffroy, donde este siempre salía ganador, pues sus cincuenta años de edad, los exilios y militancia política en México le daban más experiencia que la adquirida de Armijo en  Chalatenango, quien  apenas tenía veinte años de edad.

Antes lo dije, la afinidad de Geoffroy era con Roque Dalton, con Otto René Castillo y con Jorge Arias Gómez, además de otros menos escritores pero profesionales del  periodismo, aunque escritores también: Danilo Velado, Chico Aragón, René Arteaga, Tulio Sánchez  Segovia, Eduardo Vásquez Bécquer, Jorge Arias Gómez, Ortiz  Alemán, etc. Dalton  sobresalía en discusiones que de la literatura y la poesía pasaban al  tema político en estas bohemias de mediodía, a la hora del almuerzo oficinesco, caricatura del  almuerzo casero.

Un  análisis de la poesía política, lo encontramos en Carlos Paz  Manzano, quien  ha escrito un interesante ensayo sobre Poemas Clandestinos (Revista La Universidad de El  Salvador, mayo-junio 2008). No comentaré las ideas de Paz  Manzano expuestas en su ensayo, pero me llama la atención que en cierta medida contrasta con la opinión de un poeta conocido por su lirismo y posiciones críticas del  vanguardismo, como es el  caso del  poeta David Escobar  Galindo. Claro, el  trabajo de Paz, como todo ensayo, es exhaustivo, y Escobar Galindo solo hace una acotación, que repito de memoria, sobre Poemas Clandestinos, una mención  de su trabajo periodístico sabatino. Sostiene que este es uno de los mejores libros de Dalton. De acuerdo o no, y sin tratar  de contraponerlo al ensayo de Paz  Manzano, la aseveración  es importante para discutirlo. Yo tampoco creo que el  sello de Poemas Clandestinos sea el  panfleto. Paz  Manzano también hace su salvedad, e indica que aproximadamente un  30%  del  libro Poemas Clandestinos rondarían  en el  panfleto, también repito de memoria, disculpen los autores si  fallo en el  detalle.

Aparte de lo anterior, he escuchado a poetas que se supone cercanos a las ideas de Dalton  que Poemas Clandestinos es un  libro panfletario. No estoy de acuerdo, pero que yo no esté de acuerdo podría parecer parcialidad de hermano, por  haber  sustentado ideas sociales y poéticas similares. Sobre todo por  su imparcialidad, la reflexión  de Escobar  Galindo es interesante.

Y es aquí  donde surge el  reto que lanzaba a los académicos universitarios, sobre la creación de la Cátedra Roque Dalton, y no solo de este, a quien  no basta levantarle banderas de admiración, hay que leerlo y estudiarlo, como el  homenaje más verdadero, promoverle sus libros con  los lectores; estudiarlo y analizarlo por  los más obligados, para retribuir  al  país y como constancia de su profesión adquirida en  una universidad pública.

Personalmente no me parecen poemas panfletos, con  el  término peyorativo que eso implica. Si acaso, su talento excepcional  hace de las palabras lo que quiere con  ellas, juega con ellas, las estruja, las rehace, las ubica en  dimensión de contenido y pensamiento crítico, aun en  esos poemas que parecieran sencillos, a veces de dos líneas, como esa del  poema antes citado “Erasmo de Rotterdam”: “Una caja de cerillos en la época de las cavernas”; ese es todo el  poema. Pero el  poeta aspira a que sigamos leyendo e imaginando el  espacio en blanco y en el  silencio que expone un texto breve y una idea enorme. Nos obliga a desabrocharnos el  cerebro, como se decía en  los años
70.

Dalton logra sacarle chispas y novedad estética a las palabras, lo cual  no hace el  panfleto político. Aunque donde mejor  vemos el  uso de esa materia prima de la literatura que es el  lenguaje, es en algunos libros menos conocidos: Los pequeños infiernos, Un Libro Levemente Odioso (una explicación poética de la vida de un  poeta, en  este caso, su  autor, como también  encontramos biografía en los poemas titulados “El  Primogénito”, parte titulada El  País II, Los Extranjeros de uno de sus mejores libros: Taberna y otros Lugares). Aquí  se ve mejor que la poesía, como dice Dalton no está hecha solo de palabras, aunque sea la palabra lo que más brilla, el  oro está escondido en  las pausas, la ironía y en la brevedad que reta a extenderse y complementarse por  un lector  exigente.

Lo que ocurre muchas veces es que aun entre personas que manejan  el  lenguaje poético y aun afinidades o cercanías ideológicas, es más fácil  el  predominio del juicio anticipado, juzgar antes de conocer. Es lo que se llama prejuicio. Alguien dijo que al  plantear temas políticos no hay poesía, y eso se convierte en  estereotipo. Sin embargo, ahí  surge la magia de Dalton, talento fuera de serie.

Y no lo juzgo solo como salvadoreño sino como poeta en el  marco de Latinoamérica, donde los grandes son aquellos que pertenecen  a países grandes. Y claro el  país grande también tiene mayor apreciación de su cultura. Chile exalta a su  Gabriela Mistral  y a su  Neruda, solo para citar a dos del país que más influencia ha ejercido en  la poesía hispanoamericana.

Argentina tiene a Borges. México a Octavio Paz, ambos agraciados de Dios, valoraciones no solo regalo de los dioses, también hay un  respaldo cultural  y una crítica de peso, no obstante que se les ha señalado duramente por sus posiciones controversiales. ¿Y qué importa? También Neruda ha tenido ese tipo de señalamientos, en  especial  por  su libro Las Uvas y el  Viento.

Hay otra gran poeta en Argentina, como Alfonsina Storni. Otro en México que quizás despierte menos entusiasmo, pero no por  ello deja de ser  menos grandioso: Ramón López  Velarde. Tantos poetas poco privilegiados por  los dioses espirituales y humanos, pero no por  ello menos geniales en su  sencillez.

Conste, cuando hablo de “respaldo cultural” no quiero decir  apoyos gubernamentales que muchas veces el  artista o el  intelectual  exige con  inocencia de niño. No; quiero plantear  algo más a fondo: apoyo de todo un contexto de exaltación y orgullo de la cultura propia. Salarrué es un orgullo, Claudia Lars es un orgullo. Igual  es Dalton. Pero el  orgullo que nos premia debe tener  una contraparte, si  no queremos seguir  en el  quinto mundismo o mendicidad literaria: la crítica desde el recinto universitario, para comenzar. ¿Quiénes otros? También lo hace desde la UCA  Ricardo Roque Baldovinos.

III

SAN SALVADOR – A propósito del  daño que hace los vacíos de la crítica debo acotar que Claudia Lars, puede ser  tan grande como la Mistral  o como la Storni. Pero esto, dicho así, queda en  el  aire, casi  suena a chovinismo, como ese que nuestro himno nacional  es el  segundo mejor  en el  mundo solo abajo de la Marsellesa.

No es necesario inventamos las cosas que deseamos. Para eso está la crítica profesional, que decide para bien  o para mal, pero aporta, como ha sido el caso de Rafael  Lara Martínez  y otros que hacen un trabajo serio de la obra de Roque Dalton. Esta seriedad crítica evita darle todo el  espacio de la verdad a quien emborrona cuartillas con la bilis del  resentimiento o por  oficio plumario, y que al decir  entre verdades y mentiras a medias, lo convierte en verdad para todos, pues son quienes cubren los vacíos del  pensamiento analítico. Sin  darnos cuenta nos dejarnos engullir por  ciertas perversidades interpretativas.

Tampoco nos vamos a creer  que somos el  culo del  mundo. Se trata que los profesionales de las letras, la lingüística, la filología, descubran obras de revelación y desbrocen lo que carezca de valor. Rescatar por  lo menos lo mínimo conque contamos y ubicarlo en  su  dimensión. No permitir que bienes culturales queden prisioneros en unos cuantos kilómetros cuadrados. El  mundo se hizo pequeño, aun para países pequeños como El  Salvador, para las personas. No digamos para las ideas.

Lo que pasa es que todavía arrastramos los temores y recelos por  la palabra escrita, los temores que se sembraron en 1932. Ni  aun  mentes lúcidas ven un  aporte en el  libro personal, no por falta de claridad sino por  conducta social  paranoica de no exponer su pensamiento, sistematizado en  un libro, al  público, temor  a ser  juzgados y condenados. Uno de los méritos de Roque Dalton fue quebrantar  esa parálisis, se puso muletas para tirar  ideas hacia adelante. Y claro, se volvió odioso y de eso estaba consciente (leer  Un  Libro levemente Odioso).

Después de la firma del  Acuerdo de Paz  el  proceso para romper  las actitudes temerosas, y con  ello
la sub valoración de la palabra, ha comenzado en algunas universidades y con algunos profesionales. Es así  como rinden homenaje al  poeta leyéndolo y juzgándolo. Esta crítica, a su  vez, está incidiendo más a fondo en los jóvenes que van a conocer  al  poeta no solo por  las fibras de la emoción, el  mito Dalton, sino por  su obra.

También el  político relevante debe atreverse a crear  pensamiento, no creer  solo en la acción, sino en la palabra que mueve las acciones hacia metas relevantes. Sin embargo, “decir  cosas”, como Dalton pedía, siendo aun  jovencito, continúa significando hablar  paja. Pontificar la acción da origen a una cultura patética que pontifica el  sacrificio, pero deja a un  lado la herencia escrita que debe dejar  el  héroe a las futuras generaciones. Cuando se valore la palabra, se le dará mejor sitio a la idea y el  pensamiento sin lo cual  no hay cambios. El  mundo y las sociedades se vuelven estáticos. La acción, ni  aun con las armas más poderosas, no produce cambios, sino destrucción.

Por eso, si  las universidades crean cuadros de talento discursivo, propositivo, si  se desarrolla pensamiento crítico, irá desapareciendo el  prejuicio contra la palabra imaginaria. La palabra no cambia el  mundo ni  la realidad, pero transforma el corazón  de las personas, sensibiliza, cultiva inteligencia emocional, tolerancia, respeto a los demás. Lo contrario a la cultura de la violencia que nos destruye sin  que podamos descubrir  las soluciones.

Dalton tuvo esa mira desde el  poema. Quizás pocos poetas de América Latina lograron  imponer  su palabra para un  presente y un futuro. Cuando leo poesía de Dalton descubro nuevas realidades, y no lo digo por  afinidad literaria ni  por  el  compañerismo que nos ligó desde la Facultad de Derecho y el  Círculo Literario Universitario. Estoy seguro que entre cinco grandes latinoamericanos está Dalton, pese a que los gigantes de la literatura latinoamericana puedan  leer en  esta aseveración el delirio de grandeza de los pequeños.

Lo seguirán pensando mientras no tengamos valoraciones literarias, mientras no contemos con cátedras de estudio de Salarrué, de Claudia, de Masferrer, de Geoffroy Rivas, de Vicente Rosales y Rosales, mientras no formemos profesionales en  lugar de técnicos para salir del  mandado.

Si  de verdad, admiramos a Roque Dalton, no nos conformemos con levantar sus banderas; ni debemos ufanarnos de oponer  el  pecho ante las balas, es necesario también contar  con coraje espiritual  para expresar  pensamiento creativo, analítico y deliberativo para que las futuras generaciones sean las que juzguen para bien o para mal. Por  eso nadie como Dalton nos dejará una herencia de nuestro ser  histórico en  los últimos cincuenta años y que d seguro se proyecta con fuerza para otro medio siglo más.

Cada libro es una fuente de ideas. Pocas veces al  hablar de poesía se recalca en  la idea, más se hace énfasis en el juego figurado, en la metáfora, en las técnica imaginativas, pero poco en el pensamiento que conlleva. Para mí  esta es la característica de la poesía daltoniana, cada verso expresa un  trabajo de lucidez  intelectual, aun en  los poemas en  apariencia jodedores, como el dedicado a Miguel  Ángel  Asturias (“Cada país tiene el  Premio Nóbel  que se merece”). Aclaro que Dalton no recrimina a Asturias por  haber  ganado el Nóbel, sino porque junto con otros poetas guatemaltecos de la época, pensaron que Asturias, para ganarlo, había traicionado a su  hijo adoptivo en  la poesía: al  poeta guatemalteco Otto René Castillo, quien tuvo mucho que ver  con el Círculo Literario Universitario que lideró Roque Dalton, años de 1955  y 56. Ante ese rechazo, Asturias pidió que sus restos no fueran  llevados a Guatemala, y descansa por ahora y quizás para siempre, en  el  Pere Lachaise de París.

El  humor ácido de Dalton hizo blanco en el  Nóbel  ganado por  Miguel  Angel  Asturias. También fue excesivo con el  poema de Masferrer y de Gavidia. Un humor  que la crítica profesional  debe analizar
en su justa dimensión literaria.

Roque reconoció más tarde sus acritudes en su obra Un  Libro Levemente Odioso. Hay que leer  este libro para conocer mejor el  origen de sus exaltaciones. Lo leemos en  su  poema “Nunca fui  feo”, y en ese poema ajeno (está hecho de una sola cita de Raymond Chandler y lo único que hizo Dalton fue ponerle título), que se atrevió a suscribirlo porque quiso explicar  a los que no entendieron su mundo.

Cito completo ese poema, todas son palabras de Chandler, pero Dalton se descubrió en  ellas. Solo el título es del  poeta: “Hablan de mí  en una novela de Raymond Chandler”. Además el  mismo poeta lo pone entre comillas:

“¿Qué tal  persona es cuando está sereno?

“Sonrió.

“-Bien soy bastante parcial. Yo creo que es una persona buena.

“-¿Y como es borracho?

-Horrible. Brillante, duro y cruel. Cree ser  gracioso cuando solamente es odioso”.

¿Es una confesión? No sé, pero por  aquí  podemos ir descubriendo el  origen de ciertos silencios alrededor  del  poeta y que él  intuyó. Para dicha de nuestro desarrollo humanístico, ese círculo de silencio se reduce cada día más, en especial  cuando algunos profesionales de las humanidades universitarias comienzan a redescubrirlo en  sus profundidades.

*Poeta y novelista. Director  de la Biblioteca Nacional  de El  Salvador. Experto Iberoamericano de Lectura por  la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (O.E.I), Madrid, España. Presidente de la Fundación Innovaciones Educativas Centroamericanas (FIECA). Condecorado con la orden del  Mérito Civil, Grado de Encomienda, cuyo Maestre es el  Rey Juan  Carlos I.

**Estos artículos aparecieron  originalmente en las ediciones de Revista Digital  ContraPunto, donde el  escritor  Manlio Argueta es columnista.

 

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