Por Javier ALAS
Deseo referirme a tan solo un punto de fondo, a esa línea donde se afirma que Roque Dalton “para entonces ya había logrado muchas cosas y su vida apenas puede describirse como insulsa”
El libro de laborioso título tiene el prestigio de sus autores, Héctor Lindo Fuentes, Erik Ching y Rafael Lara-Martínez; la institución que lo respalda es la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, pródiga en investigaciones y estudios similares. Una dramática cubierta con un expectante Roque Dalton y un espectral negativo de una conocida fotografía de Feliciano Ama, alberga trescientas ochenta y ocho páginas que insinúan un estudio de naturaleza grave
Sin duda el libro constituye un aporte valioso a los temas que trata, aunque parezca un tanto forzada la propuesta de los mismos en un solo volumen. La única conexión notoria entre 1932 y Roque Dalton es su libro, con fuerte dosis ficcional, sobre Mármol, sobreviviente de la masacre de 1932, y ello pertenecería a la memoria histórica. La anterior es una suposición optimista, pues faltaría determinar la profundidad real del calado de esos temas en dicha memoria histórica, con herramientas científicas y procesos verificables.
No estoy en condiciones de justipreciar la edición inglesa, que aún no interrogo, pero sí estoy en capacidad de señalar cierto descuido formal en esta traducción. Por decencia, o pereza tal vez, no voy a referirme a los tropiezos en la redacción y a lamentables errores ortográficos; al tratarse de una traducción los supongo no de origen, no de la mano de sus autores. Ergo, el editor carece de un conocimiento desarrollado de escritura y ortografía, o del celo para no entregar una débil o precipitada traducción.
Deseo referirme a tan solo un punto de fondo, a esa línea donde se afirma que Roque Dalton “para entonces ya había logrado muchas cosas y su vida apenas puede describirse como insulsa” (p. 121-122). Descartaré la contradicción evidente de haber logrado muchas cosas en la vida y al mismo tiempo ser la misma insulsa, para denunciar ese peyorativo adjetivo. Por muy desafortunada que la traducción sea (traductor=traidor, según ya lugar común) ningún traductor o editor crearía adrede tal juicio. En todo caso, ese despropósito no quedaría impune, pues el autor sería el primero en protestar por una idea que traiciona su escritura. No hay firma en ninguna de las secciones del libro, por lo que se colige razonablemente que los tres co autores suscriben cada palabra impresa.
Para ese “entonces” temprano señalado en la vida de Dalton eran ya demasiadas cosas vividas, experimentadas y asimiladas, de hecho, como puede comprobarse en cualquier biografía del autor. Dalton había sido un buen estudiante en un colegio de alta demanda académica, además de poseer ya la aptitud poética que no pasó desapercibida entre sus profesores jesuitas. Había iniciado estudios en el extranjero, que abandonó para retornar a su patria y continuar en tierra propia su formación. Había obtenido unos premios de poesía a nivel centroamericano y era una figura conspicua en el ambiente literario e intelectual universitario.
No puedo sospechar siquiera las razones por las cuales una o dos cárceles y uno o dos exilios, además de dos o tres cuadernos publicados, les parezca digno de una “vida insulsa” a unos estudiosos. ¿Acaso para un académico los logros de un escritor son insípidos o anodinos? ¿Son superiores los académicos a los creadores, para juzgarles de tal manera? Porque si esta es la forma de un académico de abordar la vida de un escritor, es, por lo menos, irrespetuosa, al margen de la autoridad o del ego del investigador.
“Insulsa”. No puedo comprender esa visión, ese concepto y esa actitud tajante y no exenta de desprecio. No puedo imaginar cómo pueden ser intrépidos unos académicos, pero ciertamente sus vidas han debido ser siempre apasionantes. Aún así no concibo cómo ellos mismos, valorados a la misma edad de Dalton, podían encontrar excitantes a sus escritorios y aventureras sus bibliotecas.
De los tres co autores Lara-Martínez es quien más ha investigado antes sobre Roque Dalton, y entregado a prensas los frutos de su paciente trabajo, un aporte capital, sin duda. Por lo anterior esa única línea, que nos extraña, nos hace casi llegar a desconocerle.
Se asume un deber ético en un investigador el ser cuidadoso no sólo en los métodos o en los pequeños detalles. También, o en especial sus juicios de valor, si los vierte como aporte, deberían llevar esa impronta. El poder de evaluar una vida ajena conlleva una responsabilidad. La paciente reflexión se impone, se trate o no de muertos indóciles.