Poema en homenaje a Roque Dalton, por la poeta dominicana Sofía Estévez
Por Sofía Estévez
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Elegía, Miguel Hernández
Las ventanas aventadas en los rostros
de los pobres, los trabajadores, los hijos naturales, los indios.
Los cafetales en flor, los campesinos marchitos,
niños preñados de lombrices, desayunan café de maíz,
no cantan, no conocen El carbonero.
El país tiene sus catorce herederos,
tú, como la gran mayoría, no los conoces,
tú no conoces a nadie que los conozca,
hay que reírse,
llorar por treinta mil muertos enteros, sería interminable,
además, no los conoce nadie.
Sin embargo, la vida pesa,
y otros cantan, cantan, cantan,
y se llenan el buche de pupusas suculentas, y atol espeso,
la mano dura siempre los protege.
Todo iba muy bien,
hasta que aparecieron los poetas,
esos locos malditos con sus plumas y descontento
se apandillaron, fusilaron muchas noches,
noches plagadas de poemas y bohemia,
nombraron a cada cosa con su nombre,
explotación, injusticia, discriminación,
las palabras, también inquietan.
El Circulo Literario Universitario calcinado
la poesía inquebrantable, gritando sus verdades
tú con alma, ellos con armas,
tú que creías en todo por tu patria,
tú con la poesía debajo del brazo como el pan,
alimentándonos a todos.
¡Ah, poeta guerrillero!
creíste en la vida que llegaría para todos con tu lucha,
no te quedaste en Praga, ni en La Habana,
regresaste a firmar tu sentencia de muerte con el ERP;
duele, duele profundamente
tu risa interrumpida tan temprano,
preso, de pie, te llegó la hora siniestra,
tu muerte a quemarropa, dos tiros traicioneros,
el primero en el hombro, el segundo te desbarató la cabeza,
dos tiros certeros quisieron silenciarte
tragedia abrupta, asesinos sin culpa,
guerrilleros convertidos en burgueses y asesores,
la hora de la justicia está lejana,
cuarenta años después, en El Salvador
no caminamos con nuestros hijos por las calles.
Hoy, en un vertedero llamado El Playón, donde
zopilotes y perros aguacateros se cebaron de cadáveres
de escuadrones de la muerte y la guerrilla,
a alta hora de la noche sale un unicornio azul,
corre desbocado sobre las siemprevivas del sacrificio,
se oye su risa contagiosa.
¡Ah, los poetas!, inconformes siempre,
junto a la flor, la abeja, el pan y la tormenta, pronunciamos tu nombre,
pronunciamos tu nombre entero con sus once letras ¡Roque Dalton!
porque no has muerto.
Sofía Estévez